domingo, mayo 01, 2005

Sharón y el Plebiscito

¿Ejemplo de democracia o maniobra política?

La salida de la Franja de Gaza, y esta vez a diferencia de lo estipulado en los acuerdos de Oslo, incluyendo en ella a todos los colonos judíos allí instalados, es una decisión muy comprometedora para cualquier gobierno, especialmente para un gobierno de derecha que en gran parte se encuentra en el poder gracias a los votos de las facciones más derechistas del mapa político israelí. No sólo gran parte de los votantes de Likud se oponen a esta “concesión” o “premio al terror” como ellos lo denominan, sino que también, para desgracia del primer ministro, algunos ministros de su gabinete están radicalmente en contra de dicho plan.

A fin de llevar a cabo su programa, si bien no era necesario el apoyo completo de todos los miembros del Likud, sí era recomendable para Sharón obtener la aprobación de todos sus ministros a fin de mantener unida esta frágil coalición gubernamental que dirige. Una mayoría a favor del plan de Sharón en este plebiscito le habría dado el arma necesaria para que todos los ministros, o al menos aquellos que pertenecen a Likud, cumplieran la voluntad de sus electores y lo aceptaran también.

En la búsqueda de la legitimación a su plan para retirar la presencia israelí de la Franja de Gaza, tanto de los 7.500 colonos allí instalados como de la gran cantidad de tropas apostadas a fin de defenderlos, hizo uso Sharón de una de las más peligrosas armas de todo régimen democrático: la consulta popular o referéndum.

En este caso esta consulta se realizó en Israel de una forma muy particular, siendo una adaptación Sui Generis de Sharón para resolver un tema de importancia nacional y no sólo partidaria. Sharón le concedió el derecho de voto sólo a un reducido grupo de ciudadanos, los miembros del Likud, quienes -aparentemente- tuvieron en sus manos una de las más importantes decisiones en la historia del Estado de Israel, una decisión que podría cambiar la realidad política y demográfica así como también nuestras relaciones con la comunidad internacional.

Si bien existen diferentes definiciones sobre el concepto de “democracia”, y quizás ninguna de ellas agote el sentido del concepto, una de las más radicales de la misma la define como “la dictadura de la mayoría”. En Israel, en este caso fue una minoría la que tuvo el honor de decidir, teniendo en cuenta de que en caso de que esta decisión sea aceptada por el gobierno, impondría su verdad. Es ésta una verdad parcial, una “verdad” resultado de una consulta a la que sólo se presentaron un 41% de los 193.000 miembros del Likud que tenían el derecho, o más aún, el deber cívico de presentarse en las urnas. El privilegio no fue compartido por el resto de los sectores políticos de la sociedad y, así, la verdad de los elegidos para elegir puede marcar el futuro político tanto de Israel como quizás el del mismo Sharón.

Como fue aclarado antes de este referéndum por diferentes fuentes allegadas a Sharón, desde el punto de vista legal los resultados del mismo no lo obligan a actuar de alguna forma específica, pero todos sabemos que desde el punto de vista ético el referéndum sin duda compromete al hábil premier, y él lo sabe.

Esta consulta nos demuestra, entre otros factores, que los intentos de Sharón de aplicar una política un poco más de centro, ideológicamente hablando, dentro del Likud y de la coalición que él mismo formó, no son fáciles de concretar. Pero, aun hoy después de haber sido derrotado en el referéndum, y a pesar de enfrentar una profunda crisis política en el ámbito nacional e internacional, Sharón sigue siendo el indiscutido líder del Likud y de la derecha israelí, a pesar de que esta consulta partidaria le ha dado una gran lección, una lección que incluso un líder con la experiencia de Sharón está aprendiendo en carne propia: con la ideología no se juega. A veces las ideologías se convierten en valores supremos e indiscutibles adquiriendo condición de dogma, y a los dogmas del Likud ni siquiera Arik “el rey de Israel” pudo vencer.

Entre Gaza y Washington

Tras una más que exitosa visita a los Estados Unidos volvió Sharón a Israel con lo que muchos denominaron una carta “histórica” del Presidente Bush. Este, a su vez, se encuentra en medio de un controvertido debate público sobre la actuación de su país en Irak y en plena campaña política a fin de mantener su presidencia por cuatro años más, y no está interesado en perder las influencias del lobby ni los votos judíos norteamericanos. Sharón se aseguró que estén explícitos en esta carta de G. W. Bush (hijo) todos los argumentos que él pudiera llegar a necesitar para convencer a sus partidarios. Pero en el mundo de la política nada es gratis, los favores deben ser devueltos, incluso a los aliados como Estados Unidos.

Ahora Sharón deberá encontrar la forma de satisfacer las exigencias del presidente norteamericano, quien se encuentra en la mira del mundo árabe, luego de haber comprometido sus relaciones con este último. Su imagen internacional y nacional -frente a su propio partido y el Congreso de los Estados Unidos- también fue, de hecho, delineada por los 80.000 votantes del Likud, convirtiendo al presidente en otra de las “víctimas” de esta maniobra de Sharón.

Las presiones norteamericanas no demorarán en llegar, el apoyo de los Estados Unidos sin duda ya se ha convertido en un peso para el premier israelí, la comprometida carta de Bush se transformó en la garantía de una deuda por la cual Sharón deberá personalmente responder.

Sharón y sus opciones

Este tipo de plebiscito, donde las opciones son “sí” o “no”, como ya lo hemos analizado, puede ser el peor enemigo en la legitimación del poder y carrera política de un líder. Una nueva realidad se le ha presentado a Sharón al día siguiente del plebiscito encontrándose sin el apoyo de su facción en el gobierno y de su partido, bajo una fuerte presión de EE.UU. -su principal aliado-, y sin un plan político a implementar en uno de los momentos más críticos en la historia de Israel.

La primera opción que se le presentó al premier, y quizás la salida más fácil y lógica a esta situación sería su renuncia. Sharón reconocería la derrota como una señal de descontento partidario con su política y falta de apoyo en sus decisiones -como él lo ha dicho antes de la consulta popular, “quien vota a favor del plan, me vota a mí”-. La Knesset, entonces, recomendaría al presidente Moshé Katzav, un candidato a Primer Ministro que intentaría formar la coalición gubernamental dentro de 21 días. De no lograrlo, se realizarían elecciones generales 90 días después.

Pero quien piense que Sharón podría renunciar no conoce realmente a Ariel Sharón. Si bien la derrota tiene un significado que él deberá analizar, ya que representa el rumbo político que su partido desea para el gobierno y aparentemente no concuerda con su visión de la realidad, Sharón es aún -como está dicho- el líder indiscutido del Likud, un partido donde aparentemente y de momento no existe alternativa. Los miembros del Likud saben que aún hoy, y quizás más que nunca, no hay otra opción dentro de su partido. Si bien parecía que la alternativa a Sharón podría ser Biniamín Netaniahu, este último arruinó sus posibilidades dentro del grupo de oposición al Plan Sharón cuando le declaró su apoyo al premier. Pero aun así, a pesar de no ser una amenaza inmediata, no debemos subestimar a Netaniahu, conocido por su gran habilidad política.

La segunda opción que se le presenta al líder es hacer uso correcto de las posibilidades que le brinda el sistema democrático. Sharón podría alegar que el la decisión sobre la retirada de Gaza es una cuestión que debe ser resuelta por todos los ciudadanos de Israel, y no sólo los miembros de un partido o facción política, e intentar así convocar al pueblo a un nuevo referéndum, pero en este caso votarían todos aquellos ciudadanos que tengan derecho a votar para las elecciones de la Knesset.

A fin de lograr la convocación de este referéndum debería Sharón contar con la aprobación la Knesset, un apoyo casi garantizado por las diferentes facciones de la izquierda israelí representada en el parlamento. En este caso las elecciones tendrían carácter nacional y serían directamente controladas por el Comité Central Electoral.

La tercera opción es, a pesar de los resultados del referéndum, la presentación de su plan ante el gobierno para que el mismo sea aprobado por los ministros y así continuar con él. Esta maniobra es muy riesgosa, ya que algunos de los ministros que no han apoyado desde el principio y fueron sólo convencidos de dar su apoyo en los días previos al referéndum -Biniamin Netaniahu, Limor Livnat y Silvan Shalom- podrían ahora alegar que no desean aprobar algo en contra de la voluntad del partido, uniéndose así a los principales opositores del plan -Uzi Landau, Tzachi Hanegbi y Natán Sharansky- lo que dejaría a Sharón en minoría nuevamente.

La cuarta opción con la que cuenta Sharón es la de formar un nuevo gobierno, descartando a las facciones más derechistas del mismo e introduciendo al Partido Laborista en su lugar, lo que le aseguraría la aprobación de su plan dentro del gobierno. Si bien esta opción es posible, desde el punto de vista ético como lo hemos ya analizado, no sería la más acertada, ya que el premier en cierta forma “traicionaría” la decisión de su partido y a sus votantes.

Otra de las opciones que le brinda el sistema político israelí sería la disolución de la Knesset por medio de una legislación especial, lo cual generaría nuevas elecciones anticipadas, tres años antes de lo estipulado. Sharón necesita, para llevar a cabo esta disolución, el apoyo de la principal fuerza opositora, el Partido Laborista, la cual seguramente no se opondrá a nuevas elecciones a fin de fortalecer su posición política en el Parlamento.

La sexta y última opción, y quizás la más probable, significaría una “remodelación” del plan de Sharón, cambiar los aspectos más sensibles del mismo, y que encuentran la mayor oposición dentro del Likud y del gobierno a fin de que este sea aprobado por los ministros y luego la Knesset sin que este sea visto como una traición a los ideales del partido y al resultado del referéndum.

En caso de elegir esta opción, Sharón se encontraría en una situación bastante comprometida, dado que deberá por un lado satisfacer las exigencias americanas y de algunos sectores más moderados de su gobierno como ser las del partido Shinui y a su vez complacer a sus electores que ya lo han puesto a prueba.

De esta forma intentaría Sharón ganarse nuevamente, de a poco, el apoyo de su partido. Si bien este plan, como lo hemos dicho, es bastante probable, aún no ha sido diseñado, lo que implica que pasará un tiempo hasta que veamos su presentación y posible aplicación, un tiempo que en un Israel que lucha contra el terror y las muertes día a día puede ser muy costoso.

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