jueves, septiembre 01, 2005

Desconexión: la gran crisis ideológica de la sociedad israelí


Los interrogantes y los problemas desencadenados por el Plan de Desconexión recién comienzan. Los principales tienen lugar en el seno de la propia sociedad israelí.

El Plan de Desconexión implementado por el actual gobierno israelí tendrá profundas implicaciones en las relaciones palestino-israelíes pero, fundamentalmente, las consecuencias más preocupantes para los dirigentes del estado judío deben ser las que se están sufriendo dentro de la sociedad israelí. Diferentes conceptos, como sionismo, patriotismo, casi no discutidos popularmente desde la creación del Estado, han sido utilizados de modo extremadamente irresponsable y oportunista por algunos sectores de la sociedad. Incluso lo hicieron figuras políticas importantes, en general opositoras al plan de Desconexión. Ello ha generado una gran confusión en la que se encuentran sumergidos casi todos los ciudadanos de Israel, una confusión que se resume en muchos casos a banales luchas de colores, luchas sin limites, que quizás sean lógicas únicamente en un país que durante la mayor parte de su existencia se ha dado el lujo de determinar unilateralmente sus límites. ¿Unilateralmente? La historia continúa...

¡Herzl no se vestiría de color naranja!

“Si fuera posible, su majestad, tirar seis o siete millones de judíos al Mar Negro, definitivamente lo preferiría, pero no lo es, por lo tanto debemos dejarlos vivir como a los demás”... El Conde Sergei Witte, Ministro de Economía del Zar Nicolás II, explicaba con estas palabras los consejos que le daba al Zar en 1903 sobre “la cuestión judía” a un joven periodista vienés, Teodoro Herzl, quien había ideado recientemente el concepto Sionismo Político e intentaba obtener el apoyo del gran emperador ortodoxo. Quizás debamos aprender algo de la resignada posición de Witte, redefinir nuestros conceptos o comprenderlos en su máxima expresión, y actuar de una forma inteligente con nuestros vecinos naturales.

Durante los últimos años una gran brecha se ha abierto entre religiosos y no religiosos en el Estado de Israel. Una distancia que se ve acentuada diariamente en estos días de desconexión, la desconexión entre los diferentes sectores de la sociedad es cada día más notable y muchas veces se escuda bajo cobardes retóricas que apelan al uso del concepto de “sionismo”. Herzl, quien escuchara las aberrantes declaraciones de Witte -que luego fueran aprendidas por otros tantos líderes a lo largo de la historia-, no habló de conquista, no escribió sobre opresión, no apoyaba la violación de derechos humanos. Herzl no quería transfer. Herzl sólo quería un estado judío para un pueblo sin estado y perseguido.

La realización del ideal sionista en su máxima expresión requiere un estado que pueda convivir con sus vecinos. El sueño sionista consistía en crear un hogar seguro para todos los judíos del mundo, por lo tanto, por definición, Israel debe proveer refugio y seguridad para los judíos.

Si bien el sionismo a lo largo de la historia siempre encontró la forma de avanzar práctica y realmente, los conflictos con nuestros vecinos y sus malas interpretaciones muchas veces hicieron dudar sobre las intenciones del mismo. Cabe recordar la famosa resolución 3379 de la ONU del 10 de noviembre de 1975 que determinaba que el sionismo era racismo.

El sionismo en realidad no consiste en alimentar ocupación, opresión, expansión y conflictos internacionales, la idea original de este movimiento político simplemente deseaba crear una sociedad progresista basada en valores judaicos que pudiera vivir y prosperar sustancial y espiritualmente. El sionismo verdadero aceptó la realidad de que no judíos vivirían dentro del Estado de Israel, siendo este un factor fundamental para preservar el carácter democrático del mismo. Esta realidad está expresada y defendida en la Declaración de Independencia, una declaración ejemplar que debería servir para recordar diariamente en qué principios y valores está basado el estado.

La ocupación de Gaza y Cisjordania más que sionismo realizador es un asesinato del propio ideal, no sólo desde el punto de vista demográfico que demuestra la catástrofe que significará esto en pocos años para el carácter judío del Estado de Israel, sino principalmente desde el punto de vista moral y ético, que nosotros como judíos deberíamos comprender mejor que nadie.

No nos dejemos confundir con las malversaciones que se han realizado sobre el concepto de sionismo desde 1967 principalmente. Salir de Gaza es un acto Sionista, es una forma de salvar el verdadero ideal sionista de un estado judío que respete dentro de sus límites los derechos de todas las minorías. Pero, tampoco nos dejemos engañar... es sólo un comienzo y no una solución, depende de los líderes del estado y de los votantes que este comienzo no sea tan sólo un fin.

Un líder sin sector para un sector sin líder

La guerra de colores, por un lado el naranja adoptado por los opositores al plan de desconexión y por otro lado el azul utilizado por aquellos que apoyan al plan de Sharón, sólo refleja el verdadero carnaval que reina dentro de las tradicionales ideologías políticas israelíes.

Tradicionalmente, la arena política israelí se encuentra, o mejor dicho se encontraba, claramente dividida en dos amplios sectores representados por dos partidos políticos, Likud y Avodá. Estos dos partidos representaban una clásica división entre derecha e izquierda principalmente delineada por posiciones opuestas en lo que respecta al conflicto árabe-israelí. Ambos bloques no presentan diferencias significativas en los ámbitos socio-económicos como estamos acostumbrados a observar en las democracias europeas. Definitivamente el único tema que diferenció a la izquierda y la derecha israelí en los últimos años, y especialmente desde la firma de los acuerdos de Oslo, fueron las posiciones en lo que respecta a la paz con los árabes, aunque no debemos dejarnos engañar: si bien el sector político laborista fue más propicio a sentarse en una mesa de conversaciones con los enemigos del Estado de Israel, los años durante los cuales más se ampliaron los asentamientos y colonias judías en los territorios ocupados fueron aquellos inmediatamente posteriores a la firma de los acuerdos de Oslo, bajo supuestos gobiernos anti-imperialistas de izquierda. Como vemos el desorden ideológico y moral en lo que respecta a este tema reinó en ambos lados del mapa político israelí y ahora solamente es más observable.

La “original idea” de desconexión unilateral, sin ningún acuerdo de paz, adoptada por Ariel Sharón fue la base de la campaña del candidato de Avodá Amram Mitzna en la carrera por el gobierno en el año 2003, una idea a la que Sharón se opuso. Entre otros motivos, fue por esta oposición que Sharón ganó las elecciones. En tan sólo dos años mucho ha cambiado en Oriente Medio, Sharón sale de Gaza, ministros despedidos, cambios de coaliciones gubernamentales, hasta que finalmente Avodá se encuentra en un gobierno de coalición nacional apoyando al líder de derecha que no es apoyado por la derecha tradicional.

Pareciera ser que en menos de dos años muchos de los mitos ideológicos que sustentaban a la sociedad israelí se han caído y, como consecuencia, hoy podemos observar una imagen, que para quien conoce la historia política israelí, parece ser ciencia ficción en su máxima expresión. Ariel Sharón es apoyado por la izquierda. ¿Quién hubiera apostado a que los movimientos pacifistas, socialistas y pro derechos humanos serían aquellos que al fin de cuentas se verían amparados en Ariel Sharon y constituirían su principal fuerza de apoyo popular? ¿Aquel Sharon de Sinaí, aquel Sharón del Líbano, aquel Sharón de Sabra y Shatila? Al parecer, no es el mismo Ariel Sharón, sino una nueva versión del líder que usa cintas azules y envía unilateralmente palomas al pueblo palestino. Un nuevo Ariel Sharón rechazado por quienes lo votaron y apoyado por quienes lo odiaron. Este enternecedor romance entre la izquierda israelí y el mitológico líder de derecha, responsable en gran manera por la presencia azul y blanca en los territorios, presenta grandes interrogantes sobre el rol de los tradicionales dirigentes de la izquierda israelí y especialmente de Avodá, un partido en la lucha por conseguir un líder reconocido por sus miembros que, al menos de momento, responde fielmente a Ariel Sharón; un líder sin partido, para un partido sin líder.

Desconexión verde y no azul: el rol de Tzahal y la división social

Desde la creación del Estado de Israel, el Ejército de Defensa ha constituido uno de los pilares de unión de todos los sectores religiosos, políticos, ideólogos y étnicos de la sociedad israelí, sin incluir en esta definición de sociedad a los árabes israelíes y a los judíos ortodoxos que no sirven a la patria por medio del ejército. En este contexto étnico-militar críticamente influenciado por el peligro de existencia constante del estado judío se ha creado una realidad en la cual el ciudadano acataba las órdenes del ejército sin protestar contra los objetivos nacionales de quienes toman las decisiones.

Este balance se mantuvo intacto principalmente hasta la Guerra del Líbano, donde el acuerdo implícito existente entre el estado y la sociedad civil se vio duramente dañado como consecuencia de los dudosos objetivos de esta guerra, algunos de los cuales no fueron explicados a la opinión pública israelí o incluso al mismo gobierno de turno por sus líderes: Ariel Sharón, Menajem Beguin y Rafael Eitán. Las divisiones dentro de la sociedad en lo que respecta al rol del ejército y a la obediencia civil se han agudizado desde entonces.

En todas las democracias occidentales estables, el ejército actúa pura y exclusivamente frente a amenazas externas, es decir, sólo en conflictos internacionales. Si bien en algunos países democráticos sí se utilizan ciertas divisiones de los ejércitos para enfrentar civiles, éstas se reducen sólo a una, cuyo rol tiene características policiales. Pocos son los ejemplos donde los ejércitos han actuado en crisis internas en las democracias tradicionales, siendo sin embargo la intervención del ejército frente a ciudadanos una reiterada mala costumbre en las frágiles democracias del tercer mundo, y generalmente las intervenciones de los ejércitos en esos países no favorecen a la democracia sino que más bien conllevan su interrupción. La diferencia entre cuidar la seguridad del país frente a enemigos y desalojar ciudadanos que no cumplan con la ley de Salida de Gaza es muy clara.

Como hemos dicho anteriormente Tzahal es realmente uno de los pocos ejércitos populares que existen en el mundo occidental democrático: todos los ciudadanos, de todos los sectores de la sociedad son parte de Tzahal, incluyendo a los colonos judíos de Gaza. Por lo tanto, no sólo desde el punto de vista puramente conceptual-democrático el uso de la fuerza militar a fin de desalojar civiles es incorrecto, sino que desde el punto de vista social genera inevitablemente una gran ruptura entre un amplio sector de la sociedad que sirve dentro de las fuerzas del ejército. A diferencia de la policía, el ejército defiende a la nación y no actúa contra ciudadanos que no acatan la ley como ser, en este caso, aquellos que no deseen salir de Gaza.

La fecha de la salida de Gaza fue determinada con más de un año de anterioridad. Desde el punto de vista organizativo, probablemente se hubiera podido traspasar soldados al Mishmar HaGvul (Guardia Fronteriza), división que cumple con roles que se encuentran compartidos entre el ejército y la policía, y así evitado que las unidades de combate de Tzahal fueran quienes llevaran a cabo la “desconexión”.

El daño que esta acción del ejército puede causar en la sociedad israelí quizás hubiera sido el mejor y único motivo bastante fuerte y racional para demorar el Plan de Desconexión hasta que las fuerzas policiales, tradicionalmente encargadas de cuidar la ley y el orden civil, estuvieran preparadas para llevar a cabo esta misión que les corresponde. Este tema no es sólo formal, a pesar de que quizás llegó el momento de que los líderes israelíes se den cuenta que los procedimientos formales sí son importantes en una democracia. Que Tzahal llevara a cabo esta misión más que nada significó la politización de quizás la única institución que habría y debería haber quedado fuera de la gran tormenta política que envuelve a la desconexión. Debemos tener en cuenta que a pesar de ser la única democracia en Medio Oriente, la democracia es un concepto muy sensible y con el que no se debe jugar, ya que es muy difícil fortalecerlo.

Como hemos podido observar, el Plan de Desconexión deja a la luz diferentes crisis aún no resueltas por la joven sociedad israelí, crisis ideológicas, políticas y sociales. Tampoco son pocas las preguntas que esta medida unilateral del gobierno israelí genera: la gran pregunta a la cual muchos opositores no encuentran respuesta es simplemente ¿por qué? Sin duda entre aquellos que apoyan la desconexión, las preguntas cuestionan más lo que pasará en el futuro. ¿Será el primer paso o es sólo una medida a fin de no dar más pasos?, ¿logrará Israel obtener un socio para la paz?, ¿es realmente desconexión o sólo un fin parcial a la ocupación de Gaza? (cabe recordar que a pesar de la desconexión Israel aún no da autonomía al espacio aéreo ni marítimo palestino), ¿fortalecerá esta medida unilateral a Abu Mazen o sólo lo debilitará frente a Hamás?, ¿por que fue unilateral?, muchas son las respuestas gratas y no tan gratas que obtendremos en los próximos meses, pero el fin a una ocupación ilegal de 38 años, aunque sea parcial, quizás sea mejor que la situación actual.

El eslogan más significativo de los opositores a la desconexión es: “Judíos no expulsan judíos”. Cien años mas tarde que el ministro de Nicolás II, Sergei Witte, llegó el momento que la sociedad israelí también se dé cuenta que “judíos tampoco expulsan no judíos”.

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