viernes, agosto 10, 2007

La guerra de los 40 años y el amargo sabor de la victoria

"La guerra vuelve estúpido al vencedor y rencoroso al vencido "
Friedrich Nietzsche

El 5 de Junio pasado recordamos el 40 aniversario de la Guerra de los Seis Días, una guerra sobre la cual sabemos que, según los libros de historia, ayudó a que Israel evitara su aniquilación. El Estado Judío salió a una guerra sin opciones que tuvo resultados problemáticos.

Mucho se ha escrito desde entonces sobre la aplastante victoria del joven Estado sobre los países árabes de la región, sobre el milagroso retorno del Pueblo Judío, o al menos un sector político del mismo, a los lugares "sagrados", la unificación de Jerusalém y la humillación de las potencias enemigas, pero aún no podemos escribir nada acerca del final de la misma.

Cuarenta años han pasado. En este caso, 40 años no es simplemente un dato estadístico. Israel ha sido un Estado independiente por casi 60 años. Estos 40 años reflejan que Israel ha pasado dos tercios de su existencia bajo la sombra de los resultados de la Guerra de los Seis Díis, cuyo séptimo día ya ha durado por 40 años.

Por cuatro décadas el Estado Judio ha vivido manteniendo un régimen militar estricto en territorios en disputa, gobernando una población de millones de árabes que no son ciudadanos y cuyos derechos y obligaciones no están muy claras. Dos tercios de su existencia Israel se ha dedicado a luchar en el ambito diplomatico, sin exito alguno, por el reconocimiento de soberanía sobre los territorios conquistados en esta guerra. Cuarenta años han estado invirtiendo dinero los gobiernos de derecha, centro e izquierda de Israel en fortalecer enclaves poblacionales en estos territorios bajo gobierno militar, provocando condenas internacionales, irritando a la población palestina y oponiéndose a la voluntad de una gran parte de la población israelí.

¿Problema demografico o politico?

El conflicto Israelí-Palestino siempre ha girado alrededor de dos ejes centrales: demografía y territorio. Para que Israel sea un Estado Judío la mayoría de la población árabe debe salir del mismo, este objetivo fue largamente logrado gracias a la Guerra de la Independencia (1948-1949), al finalizar esta guerra la cantidad de árabes en territorio israelí era de 200.000 habitantes, mientras que hoy, tan solo cuarenta años después esta cifra ha crecido al menos diez veces.

Lamentablemente Israel le ha dado más importancia a sus territorios que a la paz, mientras que los diferentes gobiernos han declarado constantemente que los "territorios administrados" pueden ser negociados los hechos muestran una realidad diferente, 450.000 colonos apoyados por los gobiernos de izquierda y derecha viven en 125 asentamientos en medio de casi 2 millones de árabes. Una realidad que hoy en día es difícil de cambiar. Estos asentamientos anularon la separación de poblaciones resultante de la guerra de 1948.

En 1967, antes de esta guerra, el Estado Judío quizás era militarmente menos seguro que tras la guerra, pero, demográficamente era mucho más seguro: 85 % de la población que vivía dentro de sus límites era judía. La victoria de 1967 cambió por completo esta realidad: Israel pasó a ser un estado militarmente invencible pero demográficamente débil, muchos de los refugiados árabes de 1948 volvieron a estar bajo dominio israelí reviviendo viejos fantasmas. Muchos líderes políticos vieron este problema, pocos tuvieron la valentía de pedir que estos territorios sean devueltos a cambio de paz o que por la fuerza se adoptara la resolución de la ONU de 1948 que ordenaba la creación de un Estado Palestino, la tentación de ser una potencia territorial opacó el resplandor de la paz.

Todo el territorio entre el Mar Mediterráneo y el Rió Jordán es hoy en día casi una sola área política, controlada por Israel. En este territorio viven 10.000.000 de personas, tan solo 60% de ellas son judíos. Dado a que la tasa de natalidad palestina es varias veces más alta que la judía esta realidad – una mayoría judía en este territorio- será inexistente en el año 2015, tan solo dentro de menos de una década. Esto es lo que en Israel se denomina como "problema demográfico", pero, este problema es netamente político. Si Israel desea mantener los territorios seguirá teniendo a los palestinos dentro de sus límites –irreconocidos internacionalmente-. Si Israel desea continuar siendo un estado democrático deberá otorgarles a estos palestinos derechos civiles, poniendo serio riesgos las características judías del Estado.

En el Acta de la Declaración de la de la Independencia de los Estados Unidos Thomas Jefferson escribió que cada nación debe comportarse con "decencia y respeto a la opinión de la humanidad", no es solo una cuestión ética sino también una cuestión práctica y de sentido común. Si Israel desea continuar siendo un Estado Judío manteniendo estos territorios las características democráticas del mismo se verán seriamente comprometidas. La solución – por dolorosa que parezca para algunos sectores – está bastante clara, Israel tiene aspiraciones diferentes a las de Sudán o el Congo.

Jugando al "telefono roto"

Moshé Dayan declaró en 1967, tras la victoria: "estamos esperando una llamada de teléfono de los árabes". Las llamadas tardaron en llegar, algunos líderes parecen haber perdido el número y muchas veces en Jerusalém – aún en la era de los celulares - nadie tiene el valor de contestar.

El primer llamado dio frutos en 1979 cuando Israel se retiró de la Península del Sinai y se firmó el acuerdo de paz con Egipto y casi dos décadas más tarde se llegó a un acuerdo con Jordania pero con un límite lejano al de 1967, un límite que no pone solución al conflicto.

Si bien ha habido acuerdos de paz y concesiones territoriales con Egipto y Jordania nada ha cambiado en el frente palestino, siendo este el principal problema de Israel.

El reconocimiento de la OLP por parte de Israel y los acuerdos de Oslo han sido un punto histórico importante, pero, lamentablemente Itzjak Rabin y Arafat no pudieron convertir este acuerdo en una verdadera paz. Oslo dejó abierto muchos temas que nunca pudieron ser resueltos.

Si bien esta guerra probablemente posibilitó los acuerdos de paz nombrados anteriormente, hoy en día cuando la recordamos vemos a la ocupación de Cisjordania y los problemas políticos, éticos y morales que la misma representa para el Estado de Israel y todo el Pueblo Judío como el principal y doloroso legado de la misma.

Cuarenta años después de esos seis días muy poco hay en común entre el Israel actual y el Estado ideado por sus fundadores: un modelo de justicia social, igualdad y paz. Los padres de la patria judía soñaron con un estado moderno, intelectual, secular, progresivo, liberal y con una sociedad que se beneficie en su totalidad de los avances económicos. La realidad es bastante diferente. La guerra de los seis días y la expansión territorial no pueden ser culpadas por todos los problemas del país, pero, una dramática deteriorización moral comenzó a raíz de la misma, las divisiones sociales generadas por mantener unidos estos territorios se van incrementando día a día.
Cuarenta años después la búsqueda israelí por la paz y su supervivencia aún depende de las armas, la paz aún es un sueño para muchos y un peligro para otros.

Cuarenta años después hay una generación de palestinos que solamente conocen ocupación y una generación de israelíes que solamente conoce fuerza y represión. Como lo dijera el filósofo israelí Yeshayahu Leibowitz "Justicia y ocupación no son compatibles", ambas sociedades se han traumado y brutalizado.

El Talmud enseña que 40 años es la edad de la comprensión. Veinte es la edad de reacciones impulsivas y 30 la del poder y fuerza. A los 50 según el Talmud debemos estar impartiendo y aceptando sabiduría. Los 40 son un punto de inflexión, debemos dejar de lado los impulsos, la irracionalidad, la fuerza y las ansias de poder y comenzar a usar la inteligencia y sabiduría para resolver nuestros problemas. Esperemos que cuando recordemos los 50 años de esta guerra la realidad nos demuestre que nuestro pueblo creció y supo elegir los líderes correctos, líderes que utilicen la sabiduría y no la fuerza. Quizás algún día llegue el verdadero séptimo día, el día en que descansemos.

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